CÉFIRO – VIENTO DE LEVANTE 2/4

Frustrada por la imposibilidad de llevarme al huerto, mi amiga Eufrosine decidió pasar a la siguiente base, y me invitó a un curso de cocina. Salto directamente de la materia prima al procesado. No es que ella me quisiera llevar al huerto, es que estaba empeñada en llevarme al huerto de alguna otra. La que fuese.

Tiempo hacía que Eufrosine me andaba dando la vara para que la acompañara a un curso de cocina. Al otro lado de la vara había puesto como reclamo algo que ortodoxamente no era un curso de cocina, algo que yo aún sólo había terminado de comprender al ochenta por cien, pero que me parecía atractivo. La mayor parte de las propuestas que salían de la efervescente y algo perturbada mente de Eufrosine, solían ser bastante divertidas. Siempre estaban regadas con ese toque excéntrico que impregnaba todo lo que hacía, y que fascinaba a aquellos que disfrutábamos de su amistad. El evento iba más allá que una simple clase de cocina, y para demostrarlo, se denominaba ampulosamente “Chefsworking”. Ya se sabe que en materia de cocina, los anglosajones son un ejemplo a seguir. Principalmente para aquellos que aspiran a aborrecerla. Pero dejando aparte la denominación, y con el fin de que nadie me tache de rancio, os contaré que el evento tenía su miga, al menos sobre el papel, que como todo el mundo sabe, para la miga el mejor es el de aluminio. Consistía en cenar lo que tu mismo te encargabas de cocinar, bajo la dirección y batuta de un reputado maestro de los fogones. A mi se me da bastante bien la cocina, modestia aparte, pero no dejaba de apiadarme de aquellos pobres que no tuvieran mi arte y esmero manejando cazuelas. Creo que esa fue la razón por la que Eufrosine me eligió como acompañante para esa noche. Bueno, esa, y que somos los mejores amigos.

Nos acompañaba un grupo de amigos, con variada y desigual destreza para la cocina, por lo que Eufrosine había procurado emparejarles adecuadamente. Diestros con inexpertos, para que así cada pareja pudiera comer esa noche algo decente.

Llegamos al local bastante justos de tiempo y lo primero que observé es que había ya otras personas esperando. Habían tomado sitio frente a unas placas de vitrocerámica situadas en los extremos de un enorme mueble central, que era el corazón del espacio. Conté 8 huecos dobles para cocinar. Como nosotros éramos 8, quedaban otros 4 puestos para el resto de comensales. Como ya dije, habíamos llegado al filo de la navaja, y el resto de participantes habían ocupado puestos alternos, por lo que no podríamos cocinar todos juntos. Lo prefería. Prefería tener al lado a unos extraños, y así variar el menú conversacional al que mi grupo usual de amigos me había habituado.

El local era francamente bonito. Cuando concertamos el plan, pensé en una cocina perfectamente habilitada para su función, en la que realizaríamos toda la actividad, comiendo lo que elaboráramos en algún sitio accesorio. Era más o menos así, pero con un acogedor comedor y un salón para la sobremesa, que le daba el aspecto de un hospitalario y moderno apartamento. Vamos, que nada frío, ni impersonal. Todo en una sola pieza diáfana, pero con diferentes ambientes para cada cometido.

A un costado estaba la cocina principal, en la que el maestro hacía su magia. Era el escenario en el que el chef desarrollaba su función, mientras que el enorme mueble central en el que estaban encastrados los fuegos en los que íbamos a cocinar, hacía la veces de platea. De esta manera, mientras cocinabamos, podíamos ver y seguir las explicaciones del cocinero, al mismo tiempo que él podía observar nuestras evoluciones.

Nos recibió una chica sudamericana muy amable, que al parecer era la esposa de nuestro gurú culinario. Nos entregó unos delantales con el logotipo del espacio, unos gorros, y nos dijo que eligiéramos el sitio que más nos apeteciera. Vi que, como suele ocurrir casi siempre en los actos públicos, los lugares que estaban más cerca del cocinero estaban vacíos, por lo que me lancé a la carrera a por uno de ellos. Eufrosine me siguió como un galgo de canódromo persigue al señuelo.

Cedí galantemente el lugar más cercano a la cocina principal, aprovechándome para parapetarme con su cuerpo de la excesiva atención del chef, y sirviendo de obstáculo entre ella y la pareja que estaba a nuestro lado. La conocía como si la hubiera parido.

  • Oye, que tipazo tiene la chica de al lado. Espero que no te despiste mucho y me dejes todo quemado. Que esta noche tengo un hambre atroz. -Me soltó Eufrosine mientras miraba sin disimulo a la pareja que había a nuestro lado-

¡Ya empieza a buscarme novia! -Me dije a mi mismo- Bueno, tampoco es que viniera engañado. Son muchas noches de juerga juntos, y siempre ha ocurrido lo mismo. Es una excelente celestina, aunque suele pecar de cierta tendencia hacía el espectáculo, a la escenificación del drama.

– No empieces, que está con su novio, esposo, o amante, y sabes perfectamente que no me gusta meter baza en campo ajeno.

– ¡Ay! ¿Y a ti quien te dice que es su novio, esposo, o amante? Qué poco ojo tienes. Un novio, esposo, o amante no acompaña nunca a su pareja a un curso de cocina. A no ser que vayan dentro de un grupo grande de amigos, los hombres van solos o con amiguetes, a ver si ligan algo. Los cursos de cocina son con un Tinder entre fogones. Está más que probado. Además ese chico tiene pinta de ser gay, o como mucho un pagafantas. 

– Mucho supones tu con un solo golpe de vista.

– De golpe de vista nada. Que he analizado todo y a todos con ojo clínico desde el momento que cruzamos la puerta, y esta chica me ha parecido un partido buenísimo para ti.

– Venga, déjalo que me vas a poner nervioso. Con tanto escarceo no voy a conseguir ligar ni las salsas

Me había picado la curiosidad, lo confieso. Me concentré para poder mirar disimuladamente hacía la pareja de al lado, de tal manera que no me pillaran, pero me ocurrió lo mismo de siempre. Eufrosine había mirado ¿que digo mirado? ¡escrutado y diseccionado sin disimulo! y no la habían descubierto. A mi, que soy discreto y silencioso como un leopardo del Niágara, la chica me cazó en escasas décimas de segundo. Seguramente Eufrosine ya había revuelto la zona, y yo me puse a mirar justo cuando estaba a la defensiva, sobre aviso. Menos mal que me sorprendió en una parte cándida e inocente de mi escrutinio.

– Hola ¿como estás? -Me dijo sonriendo- Me llamo Manuela, y este es mi amigo Ramiro.

Sufrí sin proferir la más mínima queja el puntapié que Eufrosine me atizó en el tobillo con cierto disimulo, y aún sin mirarla, sentí como su sonrisa se enseñoreaba por entre los pelos de mi nuca.

– Hola, yo soy Rodrigo y ella es mi amiga…

Debo hacer aquí un inciso, seguido de una explicación, ya que es preciso aclarar que Eufrosine, ni se llama así, ni se ha llamado nunca, ni se llamará nada parecido. No la ha tocado tal desgracia en suerte. Como forma parte de la tríade de mis grandes amigas, divinas e indivisibles, en este preciso orden, yo las he bautizado en broma con los nombres de las tres Gracias de la mitología, lo que de paso me hace medio deificarlas. En realidad Eufrosine se llama Julia, nombre también relacionado con el mundo greco-romano. Así que pasaré a denominarla por su verdadero nombre, para que no se os atragante el inventando, y no la cojáis manía pensando que es una pedante.

– … Julia.

– Hola Manuela, hola Ramiro, que ilusión me hace este curso y tener al lado a una pareja tan encantadora como vosotros. Seguro que cocináis de maravilla. Rodrigo tiene bastante mano, pero yo soy negada. Eso si, como crítica de cocina no tengo precio. Pienso probar todo lo que me ofrezcan, y además seré muy benevolente.

– Encantada de conoceros, espero que estemos a la altura -Dijo Manuela- 

– Un placer conoceros -respondió a su vez Ramiro- Estoy súper nervioso, casi nunca cocino, pero me apetece mucho aprender para poder invitar gente a casa y que prueben mis platos.

El que aprendió a recibir fui yo, a resueltas del segundo puntapié que me atizó Julia en el tobillo.

– Perdona Manuela -comenté- pero me suenas mucho ¿Nos conocemos de algo?

– Ahora que lo dices, también tu me suenas, pero no acierto a recordar de que. Bueno, a veces es normal que en una ciudad tan grande como Madrid se te extravíen las caras. Puede que hayamos coincidido en algún sarao o evento, pero que haya sido por unos instantes y solo se haya quedado grabada la impresión de una cara. Como otras muchas miles.

– Perdona, pero no creo que haya miles de caras como la tuya.

Otro puntapié de Julia me levantó una mueca de dolor ¡Que ya eran tres mamporros en el mismo punto!

– ¿Perdona, te pasa algo? Es que has puesto una cara muy rara -dijo Manuela-

– No, no te preocupes, es que siempre pongo esta cara cuando hago un esfuerzo mental. Sobre todo si es infructuoso.

En ese momento nos interrumpió la voz del chef, reclamando la atención y la devoción de todos los fieles que ahí nos habíamos reunido.

– Bienvenidos a todos. Gracias por haber confiado en nosotros -dijo mientras señalaba y hacia los honores a su mujer, que se encontraba a su lado, al tiempo que ella hacía una pequeña reverencia- y en nuestro espacio “Chefsworking”, para aprender disfrutando y disfrutar comiendo.

– Has estado estupendo Rodrigo -me susurró Julia tras darme un nuevo puntapié en el tobillo-

– El viejo truco de “yo te conozco de algo” suele ser infalible para romper el hielo.

La silencié con una mirada recuperada de entre los trozos del hielo, que supuestamente había despedazado los instantes previos.

– La actividad de hoy prosiguió el chef- como todos sabéis, está dedicada a la cocina del sudeste asiático, y en particular a los currys. Y como no se puede hablar de curry sin mencionar a la India, nos hemos tomado la libertad de incluir a este país dentro de los platos que hoy vamos a cocinar. Como ya comentamos por adelantado, en los mensajes y las conversaciones previas, prepararemos unos entrantes, un plato principal, y un postre. Los entrantes y el postre serán comunes. Cada pareja eligió previamente el principal que más le apetecía, con el fin de tener preparado todo antes de la clase. Martina irá por los puestos para preguntaros cual fue vuestra elección, con el fin de preparar y llevar los ingredientes necesarios cuando llegue el momento de elaborar el principal. Como también os dije, ciertos componentes de los platos, como algunas pastas y salsas, están ya medio elaborados, ya que por razones de reposo o fermentación, no había tiempo de hacerlos durante el transcurso de la clase. Ya veis que encima de vuestras encimeras tenéis una serie de ingredientes, con los que vamos a trabajar de inmediato ¿Alguna duda antes de ponernos manos a la obra?… ¿No? Pues venga, atended bien que esto va a ser muy fácil y muy divertido. Y no os comáis los ingredientes antes de empezar, que ahora os pondré un aperitivo para tapar el agujero del estómago.

– Oye, Rodrigo ¿que habíamos elegido nosotros? -me preguntó Julia-

– El curry de Madrás. ¿Y vosotros? -pregunté a mis vecinos de encimera-

– Curry verde tailandés, pero sin demasiado picante.

– Me encanta el curry verde. Lo habría elegido, pero en el último viaje a la India traje varios paquetes de curry de Madrás, y quiero aprender a cocinarlo. Al igual que vosotros, le he pedido a Paco que me diga la forma de rebajar un poco el picante, para no morir encima de la encimera, y no perder a mis amigos después de haberles invitado a un curry.

Jopé tío, estás que lo tiras. En lugar de con pollo, parece que vas a cocinar el curry con pavo real  -Comentó Julia por lo bajo, mientras un nuevo puntapié volvió a lacerar mi viejo y dolorido tobillo-

– Julia -Respondí con la voz más gélida y reprobatoria que pude deslizar entre los dientes- si quieres mantener la confidencialidad de nuestra conversación, además de hablarme por lo bajo, deberías abstenerte de darme puntapiés en el tobillo. Duelen de cojones. Acabaré pegándote un grito de forma inconsciente, o no, con la segura consecuencia de que el resto de los parroquianos me van a acabar juzgando de maltratador. Y no precisamente silencioso.

– ¿Oye sabes si el pavo real se puede cocinar? ¿En alguno de tus viajes a la India has tenido la ocasión de probarlo?

– ¡Julia, a tu caja!

– Como te pones chico. Por una vez que te pregunto algo acerca de tus viajes. Que siempre te quejas de que no les damos ningún interés. En fin ¿Tu dime que quieres que haga?

– Pues mira, coge la tabla y ve picando la cebolla. Yo voy a dedicarme a moler las especias mezclarlas y tostarlas un poco para que saquen el aroma.

– ¿Cebolla? No, quita, quita… que no estoy yo para cogerme una llorera ahora mismo. Con lo de Tamara estoy muy sensible, y si empiezo no paro.

– Mira que eres cabrita. Si a ti no te importa un pimiento lo de Tamara.

– Claro que si, que me está afectando mucho. Además, si lloro voy a acabar hecha un adefesio y a tu Dulcinea no le va a impresionar nada un chico que ha venido acompañado por la doble de Marujita Díaz, que en paz descanse.

– Se llama Manuela.

– Para mi Dulcinea, que tu eres un poco quijotesco. Aunque ahora con el delantal y toda esa comida alrededor, pareces Sancho Panza en las bodas de Camacho.

– No, si a veces hasta me da la impresión de que has leído algo más que el Hola. Aunque intentes demostrarnos lo contrario. Venga, vale, pues trocea el pollo. Ya pico yo la cebolla antes de mezclar las especias.

– ¿El pollo? Me da una grima… Si hubieran puesto pechugas vale, pero esos contramuslos, con la piel, la grasa y todas esas cosas, me dan mucho asco.

– ¿Piensas hacer algo, o solamente has venido a comer?

– Ay, que mala leche tienes a veces. He venido a ver como cocinas, a hacerte de pinche y a ayudarte en lo que sea necesario, excepto en temas relacionados con cosas que hagan llorar o que sean repugnantes. Y a darte conversación y vigilarte. Que eres muy soso y no ligas nada.

– Bueno, mira, casi mejor que no toques muchas cosas, que hoy quiero cenar bien. Con que estés aquí me basta. Por cierto, con lo melindrosa que eres… esto, me imagino que… bueno, nada déjalo…

– ¿Que quieres insinuar? ¡Mira que te estampo el pollo en la cara!

– Perdonad, no quiero interrumpiros -Nos interrumpió Manuela- ¿Sabéis si las especias hay que rehogarlas o tostarlas antes de mezclarlas con la leche de coco? Es que me ha surgido la duda. Paco está enfrascado con una gente que parece bastante novel en esto de la cocina, y no quiero interrumpirle.

– Eso mi Rodrigo te lo responde enseguida, que es una hacha en cuestión de especias -nuevo puntapié en mitad de un tobillo, con el que ya nunca más iba a poder correr la media maratón de Nueva York-

– Gracias, es que Ramiro tampoco lo sabe. Yo creo que en su casa no cocina nunca. Siempre me habla de platos súper elaborados, y pone unas fotos chulísimas en Instagram, pero sospecho, viéndole hoy frente a los fogones, que son de restaurantes.

– Que mala es la envidia Manuela -espetó Ramiro- Lo que pasa es que aquí no me concentro. Yo con público me pongo muy nervioso y no atino una. Pero todos esos platos son míos. Ya te he dicho que vengas alguna vez a casa y te hago una cena que te vas a chupar los dedos.

– Lo que me da a mi la impresión es que Ramiro lo que quiere es cenársela a ella -me dijo Julia al oído de una manera muy poco disimulada, aunque por suerte, sin machacarme de nuevo el tobillo- Eso nos confirma que no son novios, pero por otra parte nos indica que no es gay. Vamos, que no le des ni medio metro de ventaja.

Por suerte, la falta de disimulo de Julia no había llamado demasiado la atención de Manuela, que se había enfrascado en un tira y afloja cargado de bromas y risas con Ramiro.

– Perdonad que os interrumpa -les corté yo intencionadamente- En caso de nuestras especias, como son en seco, hay que tostarlas ligeramente en la sartén. En el caso del curry verde, que viene en pasta, hay que engrasar un poco la sartén. No se si os lo habrá comentado Paco, pero yo siempre le añado un poco de albahaca fresca picada para realzar el sabor.

– Lo que sabe este hombre -dijo Julia- Si es que no sé porqué no le han puesto ya mismo un programa de cocina. Con lo guapo que es y lo bien que se expresa. Cuando salíamos por ahí yo se lo presentaba a las chicas como el doble de Pierce Brosnan…

– ¡Joder Julia, para ya! Estaba yo dudando donde dejar este cuchillo, y mira tú que me parece que te encaja entre las costillas.

Manuela comenzó a reírse y su risa franca, sin cortapisas pero sin estridencias, con una deliciosa manera de achinarle los ojos y arrugarle la nariz, me arrebató las pocas dudas que tenía acerca de lo que me gustaba.

– Vale, gracias Pierce Brosnan. Pues las pasaremos por la sartén, y las pondremos un poquito de albahaca fresca. Si luego Paco, cuando pase por aquí, me echa la bronca, espero que seas un caballero y reconozcas tu delito. -dijo Manuela-

– Más caballero que Don Quijote, te lo digo yo que le conozco. Pero con molinos de viento de Endesa y una BMW por rocín flaco -le respondió Julia-

– Ya, y déjame adivinarlo… tu eres el galgo corredor -dije yo a mi vez-

– No te metas con Julia -me espetó Manuela- que creo que vamos a hacer muy buenas migas esta noche.

Reímos los cuatro con ganas, justo en el momento en el que llegaba el chef a ver como estábamos siguiendo los consejos que había impartido al principio de la jornada.

– Muy bien chicos, así me gusta. Aquí venimos a pasarlo bien y a disfrutar. Y si además nos queda rica la cenita, pues mejor. A ver Manuela, Ramiro, ¿Como vais con lo vuestro?

Se pusieron los tres a trastear. Manuela me echó una mirada cómplice mientras le explicaba algo a Paco, por lo que deduje que le estaba contando lo de las especias y la albahaca.

A partir de ahí nos concentramos en nuestras respectivas preparaciones. De forma lenta e inexorable, nuestros puestos frente a los fogones se fueron trastocando. Julia y Ramiro se movieron al centro, frente a frente, desplazándonos a Manuela y a mi a los costados. De esa manera ellos hablaban y hablaban sin parar, simulando cada cierto tiempo que nos ayudaban, mientras Manuela y yo nos concentrábamos diligentemente en prepararles una cena de ensueño.

Más delante Julia adujo que lo hacía para apartar a Ramiro de Manuela y dejarme el camino expedito, y yo se lo agradecí. No la hice hincapié en el pequeño detalle de que, para dejarme el camino libre hacía Manuela, se había interpuesto físicamente entre los dos. La verdad es que como yo no la hacía mucho caso, y tenía ganas de hablar, buscó un contrincante a su altura. Así a mi me dejó tranquilo a cargo de la comanda.

La elaboración de la comida fue relativamente sencilla, y los apuntes y trucos que nos aportó la dirección del chef resultaron inestimables. La verdad es que aprendí bastante y disfruté de todo el proceso. De vez en cuando me volvía hacía Julia y Ramiro, que charlaban sin parar, y vislumbraba a Manuela, concentrada en su elaboración. Menos de vez en cuando de lo que hubiera deseado, lograba atravesar el muro de risas, conversaciones y brindis de copas colmadas de vino, e intercambiaba con ella algunos detalles de nuestra callada y entregada labor al bien comunal.

Llegamos al final de la tarea, y nos invitaron a sentarnos en el comedor, mientras servían los platos y se terminaban de hornear algunas de las preparaciones.

Ahí si que no me dejé comer la tostada. Me abarloé a Manuela y fui conversando con ella hasta la mesa.

– Manuela, Ramiro ¿si aún no os habéis cansado de nosotros, os apetece que nos sentemos juntos? -les pregunté-

– Desde luego -intervino Julia- yo me lo estoy pasando bomba. Si no os sentáis con nosotros, tendré que quedar otro día con Ramiro, que aún tenemos muchas cosas de que hablar.

– Claro, claro -dijeron los dos a su vez- nos sentamos juntos.

Nos dirigimos hacía la enorme mesa que había en el salón anexo a la cocina, y que tenía suficiente capacidad para albergarnos a todos.

El periplo, aunque corto, fue animado y confuso. Muchos de los comensales, pese a que Paco había nombrado a cada uno y realizado una breve presentación  aprovechaban para presentarse, en persona, comentar alguno de los lances de la preparación de los platos, o simplemente escudriñarse para analizar quien les podía caer en suerte el resto de la velada.

Hubo fintas, chicuelinas y alguna que otra entrada sin estoque. Y no me refiero al ligoteo, que también lo hubo, sino más bien a la catalogación y valoración de las habilidades culinarias de cada cual. Las espadas en alto, los tenedores velando por descubrir quien había merecido que su plato pasara a formar parte del Olimpio de los nuevos dioses de la gastronomía. Así nos sentíamos. 

– Estabas bastante concentrada en la elaboración de tu plato ¿Eres buena cocinera?

– No soy yo quien debe decidirlo. Aunque la gente que prueba mis platos dice que si, pero…

– ¿Pero?

– Bueno, verás. Creo que en la cocina intervienen decisivamente las emociones. Cocinas mejor o peor, de acuerdo con tu estado de ánimo.

– Completamente de acuerdo, pero coincidirás que es algo obvio, en que funciona así para la mayor parte de las cosas que hacemos.

– Si, desde luego que es obvio. Pero en la cocina hay algo más, algo especial. Un “nosequé”, que diferencia por completo dos platos, ambos realizados con los mismos ingredientes, con los mismos tiempos de cocción, en dos creaciones completamente dispares, dependiendo del amor. Y no me refiero al amor o  con el que los hagas, sino al amor que tengas en tu vida, que haya a tu alrededor.

La miré sorprendido. No porqué lo que me dijera fuera algo extraño, ya que yo pensaba lo mismo, sino por el hecho de que me confiara algo así, sin que prácticamente nos conociéramos. Una confidencia que a mi entender implicaba un grado de complicidad mayor del que teníamos. Me encantaba que se sincerara de esa forma.

– Lo noté especialmente cuando me separé -prosiguió- Siempre fui una buena cocinera, pero los últimos años de mi relación fueron culinariamente desastrosos. Ni yo misma soportaba lo que preparaba. -bien, pensé… está separada- La separación en sí, todo lo que la rodeó y la siguió, me hizo merecedora de una visita de ese cocinero gordo e impertinente, que va por la televisión haciendo un programa en el que rescata restaurantes en quiebra.

– Chicote -apostillé-

– Ese. Pero curiosamente, cuando volví a sentir el amor, cuando las mariposas me removieron el estómago -vaya, por Dios, pensé, está otra vez enamorada- volví a preparar esos platos que tanto apreciaban en mi entorno. Más adelante, aunque el amor desapareció, y me refiero al romántico -¡Bravo!- seguí cocinando bien. Por una parte esa ruptura no fue tan traumática, y además trabajé para que en mi interior prevalecieran el amor que otras personas de mi entorno sentían por mi, y obviamente yo por ellas. Mi familia, mis hijas, mis amigos. Y así continué sin demasiadas variaciones, cocinando bien, con amor. Aunque he de reconocer, que durante el súmmum de mi relación sentimental, del otro amor, llámese como se llame, rocé la excelencia, modestia aparte -Y soltó una carcajada riéndose de lo que ella misma había dicho- Bueno lo de excelencia es una exageración. Exagero un poco para explicar mejor lo que quiero decir.

– No te preocupes, lo entiendo mucho mejor de lo que crees.

– No creo nada. -sonrió- ¿Y tu? También te he visto muy concentrado en la comida, y por lo que decía tu amiga…

– Julia

– Eso, Julia. Decía que eres bastante buen cocinero.

– Bueno, en línea con lo que me has contado, te diré, que me encantaría volver a acariciar la excelencia…

Se me quedó mirando. Sonrió. Se estableció un silencio cómplice entre los dos, que no duró más que unos instantes. Enseguida nos pusimos a reír.

– Chicos, veo que lo estáis pasando muy bien -intervino de repente Ramiro- pero creo que si seguimos así, nos vamos a quedar de pie. La mayor parte de la gente ha tomado asiento y vamos a tener que encajarnos en los huecos que han quedado libres.

– ¿Donde está Julia? -Preguntó Manuela-

– Pues a eso voy, que solo quedan grupos de dos asientos contiguos, y te ha reservado un sitio en ese lado de las mesa, entre vuestro grupo de amigos. Para nosotros dos solo quedan esos dos de ahí, casi en el lado opuesto. -Respondió Ramiro-

Manuela y yo nos miramos algo contrariados. Quizás pecamos de omisión, de dejarnos llevar por los acontecimientos, para no dar la impresión de que luchábamos demasiado pronto por algo que ni siquiera había comenzado su cuenta atrás, por algo de lo que aún ni tan siquiera se había escrito un preámbulo.

Yo no acertaba a entender que era lo que nos había unido tan solo después de haber cruzado cuatro palabras, tres miradas, dos ligeros y casuales roces de nuestras nuestras manos y una deliciosa coincidencia en nuestra forma de relacionar el amor con la cocina… Era algo más. No era un flechazo, en eso creo bien poco, aunque muchas veces la vida me ha demostrado que me puede llevar la contraria. Era algo más antiguo, más profundo, de un calado diferente. Algo que se empeñaba en decirme, contra mi memoria, que Manuela y yo teníamos un vínculo que se perdía en la calima de unas vidas por la que, a veces, planeamos sin motor, mirando al frente, obviando muchas veces lo que nos pasa por los costados.

Me arrastré hacía el lugar que Julia me había reservado en torno a la mesa, Manuela me vio marchar, Ramiro la condujo presuroso del brazo hasta su asiento y el chef interrumpió el acto de esta pequeña tragedia con una enérgica y alegre llamada de atención a los comensales.

– ¡Amigos, vamos a probar los platos que hemos preparado! Se permiten comentarios,  críticas constructivas, intercambios de tenedores y, sobre todo, mucha alegría y ganas de pasarlo bien.

– Julia ¿No ibas a sentarte con Ramiro? Hace unos instantes parecía que estuvierais a punto de iniciar juntos un viaje al país de las tentaciones -pregunté a mi amiga-

– Ni por asomo. Está bien, pero no me ha dado para mucho más. La verdad es que me ha cansado un poco. Además quiero probar ese plato tan rico que me has preparado, y en el que he estado pensando durante toda la semana.

Me sonó a impostura. A celos de amiga. Porque los amigos también somos celosos de nuestras amigas, por lo que ellas tiene todo el derecho a serlo de nosotros. No le pregunté nada más, no me pareció delicado. Me invadió una pena inmensa por no haberme sentado con Manuela, por no habernos sentado los cuatro juntos. Pero cogí de la mano a Julia y la planté un enorme, cariñoso y casto beso en la mejilla.

– Como te quiero loca de mis amores.

– Que majo eres cuando eres majo bribón. Que engañadas nos tienes a todas.

– Solo se engaña a quien quiere dejarse engañar. Y tu y yo ya sabemos, desde hace un porrón de años, que nuestro amor es a prueba de bombas, y hasta de cenas requemadas y cantos de sirenos y sirenas que quieren bajarnos del barco para retenernos en su islas.

– Venga, vale, como quieras… pero no me tires los tejos, que ya sabes que no me van tan escuálidos como tu. Vamos a ver que has preparado.

Y nos dedicamos a la noche de amigos que nos habíamos prometido. Picoteando conversaciones a nuestro alrededor, dándonos muchas veces la espalda, pero guardándonos la una con la otra.

Yo miraba de vez en cuando hacía el otro lado de la mesa, hacía Manuela. En ocasiones mis ojos se entrelazaban brevemente con los suyos, acompasados por nuestras sonrisas. Parecía que ambos, sin decir nada, en la distancia, nos disculpáramos.

Los servicios se sucedían, los platos volaban. Ofrecíamos probar al resto nuestras elaboraciones, para compartir alegrías, y compensar las desgracias ajenas. Aunque he de reconocer que estás eran escasas, ya que el nivel general de los cocineros era bastante bueno. Eso, y que la preparación previa de algunos de los platos por parte de Paco, el chef, era excepcional. Durante el intercambio, volvimos a tener un contacto algo más estrecho con Manuela y Ramiro, aunque solo fuera a través de nuestro sentido del gusto. Les llevé nuestro principal para que lo probarán, mientras que ellos me sirvieron una pequeña porción del suyo para que nosotros hiciéramos lo mismo. Por señas exageradas y guasonas y reverencias, nos hicimos mutuamente un homenaje, que creo que ambos casos fue bastante sincero. Al menos por lo que a los cocineros tocaba.

No tengo ni idea de lo que Manuela podría llegar a elaborar cuando uno de los ingredientes principales de su cocina fueran las mariposas en el estómago, pero sin ellas era una soberbia cocinera.

– No está mal  lo que ha hecho tu amiga -comentó Julia- Ahora, ni comparación con lo tuyo. Que suerte tengo de estar en el mejor equipo. Has de reconocer que he picado y cortado de maravilla, y dado a todo lo que ha pasado por mis manos, ese toque de dulzura y picardía que pongo a todo lo que hago.

– Si, por supuesto. Ya sabes que eres mi manipuladora oficial de alimentos preferida. Lo de Manuela está bastante bien también. Sin lugar a dudas.

– Si, desde luego, pero lo que te digo, sin comparación contigo. Además Ramiro no me llega como pinche ni a la suela de los zapatos. Se le ve. Le gusta más comer que elaborar.

No tenía ni idea de lo que había pasado, pero Ramiro estaba ahora mismo en alguna de las salas del infierno de Dante. Al menos para Julia. No sé si sería algo de cosecha del propio Ramiro, o sencillamente el resultado de haber tenido la suerte de ser el acompañante de Manuela durante esa noche.

Celos de amiga, que aplazaban la determinación de saber que nexo incomprensible me unía a Manuela, pero no la anulaba. Celos que por otra parte, en cierta manera, no puedo negar que me otorgaban un exquisito status de amigo querido. Que innegablemente me hacían sentirme una pieza indispensable del complejo y delicado mecano que conformaba el mundo de Julia.

Ya estaba finalizando la cena. Los pormenores no se me olvidan, pero pasan por mi cabeza como la brisa en un día de primavera. Me desordena el pelo, me aporta frescura, pero no determina mi día, Es solo una acontecimiento más. Pero ay de esa brisa si se convierte en vendaval, entonces si puede ser capital a la hora de decidir tu jornada. Y he aquí que el vendaval llegó de forma sorpresiva, sin que lo pudiera predecir, evitar, ni remediar.

Estábamos a punto de levantarnos de la inamovible mesa de la cena, para pasar a tomar los postres y una copa al salón, de forma mucho más informal, cuando sonaron las alarmas. Y no lo digo de forma metafórica. Vi que Manuela miraba extrañada la pantalla del teléfono. Su gesto denotaba sorpresa y algo de alarma. Dudó escasos segundos antes de descolgar la llamada la llamada, al tiempo que se echaba el aparato a la oreja para responder. 

Siguieron unos momentos de conversación, escuchando, respondiendo con monosílabos, con la alarma reflejada en el rostro. Por fin colgó. Se dirigió hacía Ramiro y mantuvo con él una breve y agitada conversación. De pronto se levantaron, recogieron sus cosas y se dirigieron rápidamente hacía la puerta, tras charlar unos breves instantes con el chef.

Por supuesto que me alarmé. Antes de dar el último paso que la conduciría al exterior del local, pareció recordar algo. Se detuvo unos instantes, se volvió hacia nuestra mesa, y me dirigió una mirada de desamparo. En ese momento la reconocí, supe quien era. E igual que el primer día que la vi, hacia ya casi 6 meses, una noche de levante gaditana, volví a perderla engullida por la noche.

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