Nos conocimos en una boda que ella organizaba en un castillo de la defensa costera de una ciudad del sur, dedicado a la celebración de eventos. Ella tenía dos hijos y conducía un coche de color azul con el que corría muchísimo.
Cuando era niño
Cuando era niño me contaron que, las princesas venían en carrozas tiradas por caballos, vestidas de fiesta y conteniendo en su sonrisa todos los secretos de la vida.
Eso me contaban,… cuando era niño.
Después, más adelante, cuando ya hacía tiempo que había dejado de ser niño, me encontré al fin con una verdadera princesa. Con mi princesa. Estaba vestida de fiesta. Así me recibió a la puerta de su palacio. Bañada por la luna. La luna era intensamente blanca ese día, como si estuviera cubierta de escarcha. Pero era fría,… cubierta de escarcha. Para mi, todo el calor y la luz de esa noche se concentraban en su sonrisa. Debía mantenerme a su lado para no perecer de frío. Debía estar a su lado para no perderme en las tinieblas. Y esa noche no me perdí. Esa noche el calor nunca me abandonó.
Al día siguiente, el azul de los príncipes y las princesas se trocó; cambió al pálido azul del acero. El acero de la carroza tirada por noventa briosos corceles que ella misma guiaba. Ella era su propio cochero, su palafrenero. Pasaba en muchas ocasiones de los doscientos; para mi alarma, cuando en realidad; para mi alivio, apenas había llegado aún a los 40. Se acompañaba siempre de dos pajes,… perpetuos, de esos que quedan adscritos de por vida por un invisible contrato de sentimientos, de amores inmaculados, de cariño sin contrapartidas. En el futuro, uno de ellos será su eterno galán, su enamorado. Aquel que besará su mano, que verá en ella, aún cuando haya doblado esos benditos cuarenta que ahora cumple, una eterna princesa. La más bella entre las princesas. La otra, en breve, pasará de paje, a su vez a princesa. Aunque ya lo es a sus ojos. A los de mi princesa. Porque ella ve más allá de lo que nosotros percibimos en la equívoca imagen de las apariencias,… de la superficie. Allí donde solo ven los ojos de una madre… aunque yo ya lo sé, porque ella es la princesa de mi historia. Y sé que las princesas son mágicas, y ven cosas que al resto de los mortales nos pasan desapercibidas.
Está ahora en los 40 y, aparentemente, mi vida ya no tiene secretos para ella. Al menos, aparentemente. Pero sigue siendo para mí, la sonrisa, que un día de verano consiguió eclipsar a la misma luna. Y la luna no ha vuelto nunca más a ocupar el lugar que tenía antes en mi corazón,… lo llena por entero su recuerdo. No pudo ser mi reina,… ¡que importa!. Siempre seguirá siendo para mi, mi princesa, la única princesa que he conocido.
Cuando era niño…. ¿Que era cuando era niño?, ¿Que era? Es muy fácil descubrirlo, nunca dejé de serlo. En el fondo, nunca. ¿No te das cuenta?. ¿No ves que aún sigo creyendo en las princesas?