¿Alguien nos advirtió que pasaría con el amor?

– Ignoramos todas las señales, todos los datos con lo que creíamos que nos bombardeaban día a día, las cifras, las opiniones de los expertos, las angustiosas llamadas de los activistas y, lo que es peor, las inequívocas señales que nos daba la naturaleza. A todo y a todos les hicimos oídos sordos, le dimos la espalda.

– Es cierto, pero nadie nos preparó para esto, nadie nos advirtió que esta noche llegaría a ser tan larga, que cambiarían los amaneceres, la forma en que las olas descansan en nuestra orilla, las flores que acariciábamos con las yemas de los dedos en nuestros paseos vespertinos a la caída de un sol, que ya ni tan siquiera cae como lo hacía, que de tan inmisericorde, parece que se desploma.

– Nos advirtieron, pero seguimos sordos, mudos, ciegos, atrofiados, impasibles ante el ocaso del mundo que habíamos conocido, de un mundo que, egoístamente, pensábamos que sería el problema de los que nos sucederían, de nuestros herederos y, de pronto, casi sin preámbulos, nos lo encontramos entre las manos, moribundo, sin saber muy bien que hacer con él, sin saber como afrontar el discurrir de nuestras vidas en su nuevo entorno.

– Si, efectivamente, seguramente tengas razón, estábamos advertidos… poco podemos añadir a lo que tantas veces nos dijeron, a lo que se nos repitió hasta la extenuación, hasta la saciedad… pero ¿y el amor? ¿Que pasó con el amor?

¿En algún momento te diste cuenta que ese nuevo aire que circulaba entre mi mano y tu piel, había cambiado el sentir de nuestras caricias? ¿qué el sol que calentaba nuestros pies desnudos, mientras jugábamos entrelazados tumbados en la hierba, ahora extraño, había alterado nuestra complicidad térmica? ¿que esa caída de tus ojos que alteraba mi corazón, mandándole un impulso descontrolado, que me incitaba a prender tus labios en los míos, proyectaba ahora una sombra furtiva, casi esquiva? ¿que el lugar frente al mar, donde entrelazaba tus dedos con los míos, dejando vagar nuestros pensamientos, está ahora bajo las aguas?

¿Quién nos devolverá nuestros cambiados sentimientos, nuestras sensaciones, el sabor de nuestros besos? ¿quién cubrirá las cicatrices que tantos años de oscuridad han dejado en nuestros cuerpos?

– No lo sé, no tengo una respuesta, solo te puedo decir que al final, siempre acaba llegando el día. Pero, qué larga se me antoja a veces la noche.

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