EURO – VIENTO DE LEVANTE 3/4

  • Lo que me cuentas es alucinante. Mira que las coincidencias no son tan raras como la gente cree, pero lo que me has dicho es mucho más, es una auténtica carambola. Tanto tiempo después, tanta distancia entre los dos sitios en los que habéis coincidido… Y si además fueran dos meros encuentros casuales, entre dos personas que sencillamente se han visto y se han fijado en algún aspecto de la otra, sin pasión por medio… ¡pero es que entre vosotros han saltado chispas! Que digo chispas, ha sido como la sierra de la Tramontana un día de agosto con viento de Levante; abonada a consumirse en las llamas…
  • Bueno, bueno, no exageres. Solo puedo hablar por mi mismo, no por Manuela.
  • Si es que hasta el nombre es fruto de una carambola. Me encanta. Que te vuelvas a encontrar con una María, una Ana o una Marta no es tan extraño ¡pero con una Manuela! Las Manuelas son mucho más escasas y escurridizas.
  • Pues eso te digo, que yo puedo hablar de lo que sentí, de lo que arrastro desde ese día, pero no de lo que ella piensa o siente.
  • ¡Vamos, quita allá! Seguro que ella ha sentido mismo y ahora está loquita pensando en vuestra carambola.
  • No eches más combustible a mi desgracia, que pensar en ello me mantiene las noches en vela.
  • No, al contrario, te tendría que encantar. Una niña tan estupenda loca por tus huesitos y que está en este momento escribiendo poemas de amor desesperado, dedicados al hombre que se le ha escapado entre los dedos de las manos.
  • ¡Caray, que no está loca por mis huesitos1 -dije riéndole la gracia- No creo yo que nadie esté un sábado a las dos de la madrugada escribiendo poemas de amor desesperados. Bueno, puede que si, si se ha bebido media botella de whisky de Cazalla “Manolito Díaz” o fumado parte de la cosecha de María que cultiva en la terraza el vecino del 4º.
  • Huy, que poco sabes del amor y de las mujeres. No sé que ven en ti con esa percepción de gamba de Huelva a la plancha que tienes. Los poemas se pueden escribir en cualquier lugar y en cualquier circunstancia. No todo el mundo está de fiesta el sábado de madrugada, ni tiene que estar afectado por psicotrópicos para ponerse a escribir versos.
  • Vale, tienes razón, no me refiero a eso… Pero es que si la hubieras conocido, no te la podrías imaginar un sábado a las dos de la madrugada, pensando en el berzotas que no se atrevió a pedirla el teléfono el día del Chefsworking.
  • Me la imagino, me la imagino. Ya se ha encargado Julia de ponernos a toda la pandilla al día de lo maravillosa que era, de lo buena pareja que hacíais, de lo mucho que ella hizo para que triunfaras y de como lo desaprovechaste.
  • Ya, y por una vez tiene razón nuestra particular “Isabel Gemio”. La cagué bien cagada… Y las carambolas, como tu la has calificado, no se repiten tres veces en la vida.
  • Venga, ánimo, que Manuela y tu estáis unidos por un hilo invisible, que va a ser difícil  de romper. Seguro que os volverá a unir otra vez en cualquier momento.
  • Pues dime donde llevo atado el hilo, para tirar de él y traerla a mi lado, aunque sean solo unos segundos. Los que necesito para decirle lo que siento por ella, lo que sus palabras me endulzaron la noche, lo que su mirada provocó en mi caja torácica, que no era capaz de contener mi corazón cada vez que sus ojos se posaban en los míos… vamos, para decirle que su nombre es el motivo de mis desvelos.
  • ¿Unos segundos para todo eso? No acabas ni al amanecer ¿No eras tu el que decía que no hay quien se ponga a escribir versos un sábado a las dos de la madrugada? Pues a punto has estado… bueno, más que versos, cosas un poco cursis, pero lo importante es la intención. Te ha dado fuerte.

¿Y no has hecho nada para intentar enterarte de algo que te llevara a ella? El tío que organizó el  Showcooking ese, seguro que tiene los datos de Manuela ¿Se los has pedido?

  • Chefsworking, era un Chefsworking.
  • Que más da, es el mismo perro con diferente collar de longanizas ¿Se lo pediste?
  • Si, claro, alma de cántaro. Fue lo primero que hice. A pesar del palo que he recibido, todavía me funcionan las neuronas.
  • Discúlpeme el señorito, que había olvidado que eres un genio…
  • Se lo pedí, es más, se lo rogué casi con lágrimas en los ojos. Me remití a todo lo más sagrado que podía enternecerle, incluyendo la muerte de los amantes de Teruel y media docena de ejemplos cinematográficos y literarios de desamor, pero nada.
  • La gente ya no tiene sentimientos. Aunque lo de los amantes de Teruel no fue nada apropiado. Hubiera sido mejor algo de Rosalía, que está más en boga con el romanticismo que puede sentir un tío que a su espectáculo le llama Chefsworking.
  • Joder, si hasta recurrí a Federico Moccia, que es como la mortadela Argal del romanticismo, pero sin aceitunas.
  • Eso tendría que haberle desarmado. Me está dando ganas de ir a cantarle las cuarenta a ese cocinero de tres al cuarto ¡Puñetero racionalista!
  • ¡Naturalista!
  • ¡Materialista!
  • ¡Realista!
  • ¡Fovista!
  • Bueno, tampoco te pases.
  • Ya, perdón.

Sigue, que nos hemos ido por unas ramas llenas de movimientos del pensamiento. Continúa.

  • Pues el tío me vino con la monserga de las leyes de protección de datos y esas cosas. Que si no podía revelarme ningún detalle de un cliente, que si se debía al derecho de confidencialidad de sus comensales, que si patatín, que si patatán…

Vamos, que me dio la impresión de que me miraba como si estuviera salvando a una dulce cervatilla de un lobo solitario.

  • Si tanta dedicación tenía por sus clientes, y os había brindado tanta atención personalizada, tendría que haberse fijado que entre Manuela y tu no corría el aire. Que el tiempo se detenía a vuestro alrededor.
  • Eso digo yo. Bueno, la verdad es que es un tío muy majo, y en cierta manera comprendo que no me haya dado los datos de Manuela. Pero sinceramente, en este momento le odio profunda e injustamente.
  • No me extraña.
  • Estuve a punto de decirle que se metiera la ley de protección de datos por donde le cupiera. pero luego pensé que deberían de ser varios tomos, escritos a doble espacio, en tamaño folio, y encuadernados y cosidos a caballete, y me contuve.
  • Pobre
  • ¿El chef o yo?
  • Los dos.
  • Ah, vale…
  • Por cierto, mira quien viene por ahí.

Me di la vuelta y vi venir hacía nosotros a Julia. Caminaba decidida, con firmeza, como esas personas que tienen un objetivo, una finalidad en la vida, y poseen todas las herramientas para llegar hasta ella.

  • ¡A ti te andaba yo buscando Rodrigo! Hola Candela, que guapa estás hija. No me quería cruzar esta noche contigo, porque con ese tipazo que tienes, nos dejas a todas eclipsadas, pero he tenido que armarme de valor ante un caso de extrema necesidad. Necesito llevarme a Rodrigo urgentemente.
  • Vino a decirme guapa el cañón del Colorado. Que por cierto, estás preciosa. Que bien te sienta ese vestido Julia.
  • Gracias corazón.
  • Hola Julia. Justamente Candela y yo estábamos teniendo una conversación interesantísima, y has aparecido en ella un par de veces.
  • ¡Anda! ¿y eso? ¿No estaríais hablando del ceporro ese que me dio calabazas el otro día? El que iba de actor y al final era un pelagatos de tres el cuarto.
  • No, para nada, pero ya nos has dado munición para entretenernos otra media hora, que esta fiesta es un poco plana. Estábamos hablando de nuestra experiencia del otro día en el  Chefsworking. Bueno, más que de la experiencia culinaria, de los daños colaterales que produjo. Ya me entiendes.
  • ¿En serio? Pues vaya casualidad.
  • Carambola más bien.
  • Lo que tu quieras… porque justamente por eso venía yo. No os lo vais a creer. Acompañadme los dos, ya que Candela también está en el ajo,. Vais a alucinar.
  • ¿Pero que pasa? Adelántanos algo, que acompañarte a ti a ciegas por medio de una fiesta suele acabar como el rosario del la Aurora. Tienes un peligro…
  • Que mala fama me ponéis. Estoy por dejarte ahí plantado y no hacerte uno de los favores más grandes de tu vida. Al menos de tu vida durante las últimas 24 horas.
  • Venga Rodrigo, vamos, que cuando Julia dice que hay “sorpresa”, es que la hay de veras.

Seguimos a Julia por el salón en el que estábamos, disfrutando de las copas que daban nuestros amigos Gabriel y Gema. Después de sortear varios cuerpos embutidos en sus mejores galas, rellenos generosamente de los mejores licores, nos plantamos frente a un pequeño grupo que estaba charlando animadamente alrededor de una mesa auxiliar. Cada cuál estaba sentado donde podía, saturando las tres plazas de un sillón, sus reposabrazos, el respaldo, parte del suelo sobre el que se asentaba, y un par de sufridas sillas individuales, trocadas por arte de magia en chaiselongues.

Julia se dirigió hacia una de las chicas del grupo que, a través del cruce de conversaciones, las risas, los gritos y las exclamaciones, parecía ser la que en ese momento la sacerdotisa que dirigía la conversación en la que estaban enfrascados.

  • ¡María! Ya he vuelto con el chico que te dije que iba a buscar. Estos son Rodrigo y Candela.
  • Hola ¿como estáis? Encantada.
  • Hola María -dijimos ambos prácticamente al mismo tiempo-
  • María -Intervino Julia- He traído hasta aquí a Rodrigo para que le cuentes, si no te importa, la historia que nos has relatado hace un momentito.
  • Si, claro, sin problema. Si el resto de la gente no tiene inconveniente en que me repita de nuevo.
  • Bueno, cada uno puede hacer lo que quiera -Repuso Julia- No están obligados a volver a oírte.
  • Si, claro, tienes razón.
  • Antes estábamos hablando del azar -Comenzó María- De que a veces la vida, como se dice a menudo, es más compleja que el guión más enrevesado de la más embrollada de las películas que puedas imaginar. El otro día, sin ir más lejos, a una amiga le pasó algo muy curioso. No digo que sea súper complejo, pero a mi me pareció interesante y además bonito. En plan “Serendipity” ¿Os acordáis de esa película romántica en la que los protagonistas se mueven en un argumento plagado de casualidades?
  • Si -Contestó Candela- me encantó.
  • Bueno, pues esta historia a mi me ha parecido algo por el estilo, pero pendiente de un desenlace, si es que finalmente lo tiene, que eso está por ver -Julia me había llevado hasta ahí de una oreja con una clara intencionalidad, por lo que al oír a Candela mi pulso comenzó a acelerarse, hasta llegar casi a desbocarse-
  • Como os digo -prosiguió María, tras hacer una teatral pausa que me permitió, en contra de mi salud mental, seguir dándole vueltas a la cabeza- Lo que más me atrae de la historia es el incierto final. Mi imaginación ya le ha asignado un montón de posibles conclusiones.
  • María, no te enrolles, que lo que queremos es oír la historia -Le atajó Julia- que todo eso ya lo has comentado antes, y ahora has prometido ser más escueta.
  • Julia, que poco amor tienes por el suspense, por las historias bien armadas. Seguro que eres de las que sueñan con que las destripen el final de las películas.
  • Tienes razón, me encanta, e incluso a veces comienzo los libros por el final. Si veo que el resultado es aceptable, entonces me decido a iniciar la lectura.
  • Que rara eres hija. Bueno, pues como os contaba, la protagonista de mi historia, estaba cenando una noche con un grupo de amigas en Cádiz -salto que me pega el corazón-  cuando su mirada se cruzó con la de un chico que estaba sentado en otra mesa del restaurante. No diré que el flechazo fuera instantáneo, porque ella no cree en esas cosas, pero si diré que hubo una enorme atracción y una corriente magnética que atravesó el restaurante de lado a lado. Como os he dicho, mi amiga mantiene a capa y espada que no cree en el amor a primera vista, de hecho a veces asegura que ni tan siquiera cree en el amor… pero me da que es una coraza con la que se blinda por miedo.
  • ¿Miedo? ¿que tipo de miedo? -pregunté-
  • Muchos, todos los hemos tenido; miedo al desengaño, miedo a ceder una parcela de tu vida que consideras sagrada, miedo a querer y a que te quieran, o a que no te quieran, miedo a parecer débil, miedo a la dependencia… no sé, ella no me ha dicho nunca nada, pero aplico los que yo misma muchas veces he sentido. Lo combino y conjugo con lo que otras personas me han contado, lo que he leído en las novelas y visto en películas o programas de telebasura, etc… -Todo el mundo rió de buena gana, y algunos de forma disimulada, como diciendo; ¡Yo nunca he visto telebasura- En fin, que estoy convencida de que fue un flechazo en toda regla. Se pasó gran parte de la velada pendiente de él, de sus gestos, de sus pausas, de sus miradas, de la conversación que mantenía con los comensales que le acompañaban, por cierto todo amigas… y él, por lo que a ella le dio la impresión, hizo lo mismo.

Las circunstancias de la noche, del lugar en el que estaban, del ambiente y de las compañías que les circundaban, no dio para mucho más. No llegaron a hablar, no entraron en contacto, no se intercambiaron teléfonos ni cayeron el uno en los brazos de la otra, pero mi amiga no consiguió olvidarle. Su cabeza, cuando llegaba el ansiado momento de descansar del trajín del día a día, seguía en ebullición, enfrascándose en imaginar que habría pasado si se hubieran conocido, que pasaría si volvieran a coincidir. Un dulce tormento que duró días, meses, casi un año, hasta que… -guardó un calculado y expectante silencio-

  • ¿Hasta que? -estallé sin poder contenerme-

Todos los que estaban atentos a la historia me miraron sorprendidos ante mi arrebato de apasionada curiosidad. Todos menos Julia y Candela, que estaban aún más emocionadas que yo, y no movían ni un átomo de su cuerpo.

María me miró manteniendo el insoportable silencio mientras entrecerraba teatralmente los ojos, en lo que debía creer era un gesto que añadía emoción al momento.

  • Hasta que -prosiguió- muchos meses después, y en un lugar completamente diferente, el azar vestido de providencia los volvió a reunir.
  • ¿Donde? -preguntamos los tres amigos al mismo tiempo, ante la sorpresa del resto de los espectadores.
  • En un evento muy raro. No recuerdo como se llama exactamente; Show-Cooking o algo así…
  • ¡Chefsworking! -La interrumpimos de nuevo los tres al unísono. Incluso Julia fue capaz de  decir correctamente, por primera vez, el nombre del evento-

Ahora fue María la que se quedó, ante nuestra respuesta conjunta, completamente desconcertada. Nos miro uno a uno, con cara de pensar que ahí se le estaba escapando algo, que había gato encerrado, o que la estábamos vacilando.

  • Eso, Chefsworking -dijo lentamente fijando la mirada en los tres, de tal manera que estuvo a punto de quedarse bizca- Julia, si ya les has contado la historia, no me hagas repetirla como una idiota. 
  • No, de verdad que no les he contado nada.
  • ¿Pues a cuento de que saben todos los detalles?
  • No seas exagerada… tanto como “todos los detalles” -terció Candela- Lo que pasa es que da la casualidad de que ayer estuvimos en un Chefsworking, y como dijiste Show-Cooking, nos ha venido la aclaración a los tres al tiempo… Ha sido una pasada que hayamos coincidido.
  • ¿Seguro? No sé, a mi me da que me estáis tomando el pelo.
  • Que no hija, no seas susceptible y sigue con la historia que está súper chula.
  • ¿Seguro?…………..
  • Que si, que si, que me muero por oír el final -tercié yo-
  • Ya os dije que no hay final. Que puede que nunca lo haya, y que la historia permanece abierta.
  • O también puede que el final esté más cerca de lo que creemos. -dejó caer Julia-
  • Bueno, vale, pues seguiré. -atajó María- El caso es que no solo coincidieron en el famoso evento con nombre tan raro. Además, casualidad de las casualidades, les tocó cocinar en puestos contiguos. ¿No es increíble que entre tantas personas les asignaran esos lugares?
  • ¿Y que pasó durante el evento? -preguntó unas chica que se había unido al grupo al principio de la historia-
  • Pues que charlaron, cocinaron, se rieron y volvieron separarse sin intercambiar datos, ni contacto, ni nada de nada…
  • ¿Otra vez?
  • Si, otra vez. Aunque en esta ocasión se conocieron, descubrieron el uno en el otro cosas que les gustaron, dieron un paso de gigante, pero no acabaron de cerrar el círculo que tenía que unir sus caminos. Al final de la noche los acontecimientos se precipitaron.
    • ¿Que ocurrió?
    • Al concluir la parte del evento que les unió, la de la cocina, la correspondiente a disfrutar de lo cocinado, les separó. Acabaron cenando en lugares alejados. Mi amiga pensó que tras la cena, en el momento de la copa final de despedida, durante la cual se levantarían y cada uno podría moverse con libertad, se volverían a reunir. Pero surgió un imprevisto, un suceso que les dejó casi como al principio. Peor que al principio, porque ahora habían probado la miel de sus sonrisas, el gusto de su conversación, el placer del intercambio de confidencias, las miradas cómplices, el sabor de sus guisos.
    • ¿Que pasó? No nos atormentes, que estamos a punto de estallar.
    • Ella recibió una llamada imprevista, una llamada que precipitó irremediablemente su marcha. Y además a la carrera. Un aviso urgente de los que pueden cambiarte una vida.
    • ¿Espero que no fuera nada grave? -comenté-
    • Podía haberlo sido, pero por suerte la cosa no pasó a mayores. El caso es que tuvo que salir deprisa, casi sin despedirse. No tenía entonces la cabeza, ni era el momento, tal y como estaba él rodeado de amigos, de intercambiar teléfonos.
    • ¿Y porqué no hizo nada para localizarle, ya que tanto le había gustado? -pregunté con el fin de tirar a María de la lengua, y de paso comprobar el interés que Manuela tenía en conocerme-
    • Si que lo hizo. Removió cielo y tierra, pero nada. Hasta se acercó al lugar donde celebraron el Chefsworking para pedir al dueño el contacto del chico. El propietario del negocio, aunque encantador y comprensivo, se negó a facilitarle el contacto.
    • Seguro que se refugió, el muy canalla, en la ley de protección de datos -arguyó Julia-
    • Si, así fue -respondió María mirando de nuevo a Julia con cara de mosqueo-
    • Es comprensible -solté- Un lugar dedicado a la cocina, tiene que ser muy respetuoso con las cookies.
    • Pues así quedó la cosa -prosiguió María- Un momento de precipitación, una situación imprevista, volvió a los héroes de nuestra historia al anonimato. Mi amiga está muy triste. pero por otra parte, y en vista de las carambolas con las que el azar se ha estado divirtiendo con ellos, tiene la intuición de que no va a quedar así la cosa. Confía en el destino.
    • Es cierto -dije- cuando la veas, dile a Manuela que el destino tiene giros asombrosos.
    • ¿Como sabes que se llama Manuela? En ningún momento he dicho su nombre…

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