Sed de ti…
Tu imagen asalta constantemente el reducto donde habitan mis ensoñaciones. Una y otra vez me mortifica el recuerdo del olor de tu pelo, del roce de tus labios con los míos, de mis manos buscando las tuyas, buscando tus formas y anhelando que encuentres las mías. Recordando tu figura tendida a mi lado, encima mío, debajo de mi, pegada a mi, buscando mi cuerpo el tuyo, el tuyo el mío, abrazándome, dejándome rodear por ti, abrazándote, envolviéndote en mi, empapándome en ti, inundándome.
Quince días dijeron, quince días. Entonces nos pareció una enormidad, un tiempo infinito, un vacío sin fondo, que amenazaba con engullir nuestras vidas en una espera eterna. Para intentar atenuar esos quince interminables amaneceres, cada uno de ellos compuesto de veinticuatro heridas, infligidas por sesenta laceraciones, decidí dulcificar su efecto y engañar mis sentidos, pensando en dos semanas de confinamiento, en medio mes, en la veinticuatroava parte de un año, en la cientoventiunava porción de un lustro, en una menudencia dentro del insondable espacio de un siglo… en cualquier fragmento o ilusión que convirtiera los 15 días en una fracción de la nada. En vano.
Tras un solo día, ya estaba mi corazón devastado, tanto que más que de un virus, pensaba que iba a morir de un infarto. La herida que nos separaba, aumentaba día a día nuestra distancia, se iba ensanchando, hasta hacer que su extensión fuera tan grande, que temo que no podamos cerrarla nunca.
Se nos antojaba tan escaso el tiempo que tuvimos para conocernos, pero tan intenso en amor, en caricias, en complicidad, que se nos hacía insoportable una separación tan súbita, tan temprana, y al principio, tan incomprensible.
Nos sentíamos con derecho, al amparo de nuestro amor, que nosotros juzgábamos como único, irrepetible, que parecía que flotaba sobre todos y sobre todo, inalcanzable para el resto de los mortales, a vulnerar cualquier ley, cualquier decreto, a rasgar el velo opaco que querían extender sobre nuestro mutuo descubrimiento, sobre el inicio de nuestras nuevas vidas, de nuestro nacimiento en uno.
Lo estuvimos sopesando ¿Que hacer? ¿Como actuamos? ¿Pasamos juntos nuestro encierro, abandonándonos a las caricias, haciendo de nuestro pequeño universo de gemidos, de nuestro choque de asteroides, de nuestra noche eterna plagada de estrellas, que a zarpazos van rasgando el firmamento, un microcosmos encapsulado, aislado, rodeado del lamento de un millón de mundos devastados? ¿Y si esa noche eterna de quereres se trastoca en una madrugada tras otra de descubrimientos, a cada cual más amargo, a los que nos encontraríamos amarrados por una maraña de cuarentenas, enlazadas la una con la otra?
¿Pudo el amor, la locura, el riesgo, la sed que tenemos uno del otro? ¿Venció la razón, la cautela, el eterno miedo, ese pavor a ver los sueños desgarrados, asfixiados por sábanas sin esterilizar?
Y ahora te escribo para decirte que hubiéramos hecho lo que hubiéramos hecho, no hay vuelta atrás, pero que cada vez que extiendo la mano en la cama, y encuentro tu hueco vacío, ese vacío se me cuela en el alma, se ensancha, se hace insondable, y aumenta la insaciable sed que desde el primer día tengo de ti…